Quien tenga una vaga y somera idea de historia y cultura griega tiende a considerar el pensamiento del período helenístico como el ocaso de un gran esplendor, el crepúsculo de un día glorioso del espíritu humano. Este período -situado entre la muerte de Alejandro Magno en 323 a.C. y la batalla de Actium de 31 a.C., en la que Octaviano derrotó n Cleopatra y Marco Antonio, y anexó Egipto al Imperio romano- ha l ardado mucho en recibir la atención que hoy se considera que merece. Durante siglos se lo tuvo, no solo en medios cultos extraacadé- rnicos, sino incluso entre la flor y la nata de los estudiosos helenistas, por una fase de resaca o repliegue. Se creía que después de que la filosofía alcanzara su cumbre especulativa con el pensamiento idealista de Platón (c. 427-347) y su plenitud científica con las investigaciones de Aristóteles (384-322), las circunstancias históricas y tal vez cierto cansancio del espíritu habían llevado del optimista y confiado ímpetu de conocimiento del mundo exterior (Ideas y mundo) a un repliegue del individuo sobre sí mismo. Esta, más o menos, es la noción superficial que suele existir acerca de las escuelas filosóficas más representativas del período helenístico: cínica, epicúrea, estoica y escéptica. Según esta concepción, la filosofía, que habría alcanzado esforzadamente la cima del saber con sus dos más preclaros pensadores, se habría despeñado por la ladera opuesta con esas humildes escuelas.
Cardona, J.A.
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