Pocas actividades humanas causan sentimientos tan encontrados como el espionaje. Por
un lado, es secular el rechazo al individuo que ha de traicionar a aquellos que confían en
él, al propagar sus secretos; por otro, es inmensa la fascinación que siente el ser humano
por las hazañas de los espías, de los agentes dobles, por el riesgo que corren esos
hombres y mujeres no frente al enemigo, sino junto a él. Desde las primeras guerras, los
teóricos del arte militar, los generales, en fin, todo aquel que ostentaba el poder era
consciente de la importancia de saber «lo que hay detrás de la colina», tal como definía
el duque de Wellington la inteligencia militar, es decir, saber todo lo relacionado con el
enemigo, cuáles eran sus posiciones, sus recursos humanos, su intendencia, sus armas,
cómo pensaba su Estado Mayor. Para ello era crucial la figura de un elemento muy
importante en el devenir de la historia: el espía.
Herrera Hermosilla, Juan Carlos
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